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Estigma y mitos en la salud mental

Entrevista del Diario ConSalud a Dina Fariñas

 

–  ¿Cómo influye el estigma existentes sobre salud mental en los pacientes?

Sin duda les hace la vida más difícil. El estigma es una marca que muestra una diferencia para quien la lleva con respecto al resto de personas. Supone una serie de ideas preconcebidas sobre cómo es una persona con problemas de salud mental y sobre lo que puede y no puede hacer. Estas ideas se sitúan tanto en la sociedad en general y los medios de comunicación como en los profesionales, familiares y las propias personas con problemas de salud mental.

Cuando en este ámbito hablamos de estigma hablamos de un proceso que recae no solo en los afectados sino también en sus allegados. Su efecto más básico es que hace una distinción de unos y otros y a continuación un rechazo. La vincularidad con los otros siempre es complicada, pero si  ese otro viene ya nombrado con estereotipos negativos, lo que se genera es una división y una distancia entre un “nosotros” y “ellos”, donde esos otros van a perder estatus social y ser objeto de discriminación o exclusión.

Los efectos para estas personas son tanto de carácter social como subjetivos. Quedan categorizados como ciudadanos de segundo rango. Con frecuencia se encuentran con restricciones en el ejercicio de sus derechos políticos y civiles, dificultándoseles su capacidad de participar en asuntos públicos. También hay incidencia directa a nivel subjetivo.  Calificativos degradados, como son no-normales, peligrosos, objetos de vergüenza, débiles…  son atribuciones que terminan calando en la imagen que tienen de sí mismos, generando lo que llaman el autoestigma, asumiendo estos calificativos y esos lugares sociales. Al pensar que no pueden o deben hacer cosas como trabajar, vivir su sexualidad, vivir en un domicilio de modo independiente, tomar decisiones sobre su vida y su proceso de recuperación, se producen efectos de autodiscriminación, aislamiento, culpabilización e inseguridad en sus capacidades. Todo eso articulado a sus propias dificultades y síntomas resta calidad de vida. Su autonomía personal y social se ve seriamente comprometida pudiendo cronificar una situación que podría superarse más favorablemente en otras condiciones. En definitiva, suponen una gran losa que va a dificultar enormemente el proceso de recuperación.

Por ejemplo, una de las mayores dificultades de estas personas se da en el encuentro con los otros, es decir, en las relaciones sociales. Bien sea por desinterés, por temor, por angustia… eso se traduce en una tendencia al aislamiento que les lleva a un deterioro. Si por efecto del estigma los que no tienen tantas dificultades para relacionarse con el mundo y con otras personas los excluyen – por ejemplo, si su familia oculta el problema ante la familia extensa o si sus vecinos les temen y evitan – ésto les genera estados de alerta y temor hacia los otros-. Lo que se traduce en que su situación de aislamiento se agrave y su estado mental empeore dificultando a su vez establecer relaciones sociales y laborales.

  • ¿Cuáles son los principales mitos en la salud mental?

En nuestra actualidad y desde la edad moderna, decir mito viene a ser sinónimo de decir error, una idea equivocada,  una falsedad.  Si le damos ese sentido a la palabra mito uno del los más básicos sería pensar  que la salud mental existe.

Según las OMS (Organización Mundial de la Salud)  la salud se define como un estado  de bienestar  físico, mental y social. Hay una idea de equilibrio subjetivo perfecto que produciría ese bienestar. Esto es un ideal, la realidad es que como mucho tenemos ese bienestar de modo aproximativo. El peso de la existencia y su complejidad siempre va a suponer poner en juego un cierto nivel de sufrimiento, y aquí entramos todos, independientemente de la edad o la cultura. La vida conlleva un nivel de malestar, a veces sobrellevable y otras veces desbordante y arrasador. Dependiendo de los mimbres con los que estemos constituidos y de la lógica de sus anudamientos dará lugar a un tejido existencial que nos lleva a sufrir de modos distintos y que en cada uno de esos modos es posible intentar formas más “alegres”. Cuando decimos que hay personas con dificultades de salud mental es un modo de hablar de personas donde ese sufrimiento es especialmente intenso. Pero ninguno estamos completamente libre de él.

Otro gran error es pensar que si una persona tiene un alto sufrimiento subjetivo prácticamente es un incapaz; que no podrá vivir por su cuenta o desarrollarse profesionalmente. El amor, el sexo, el trabajo…, todos vamos haciendo con esas cosas lo mejor que podemos. A veces celebramos lo bien que nos va y otras no conseguimos dar pie con bola; algunas personas discurren por estos territorios con más dificultades, más en unos que otros, o a rachas. En los últimos años la red de salud mental ha ido poniendo ayudas a cuestiones como el desarrollo profesional, porque poder trabajar no es solo un signo de mayor salud mental sino que la potencia.

Por desgracia sigue funcionando entre la población la idea de que las personas con alto sufrimiento subjetivo son violentas. Hay agresiones que son producto de la dificultad de tramitar la agresividad, situaciones donde no hay reconocimiento de la víctima o ésta queda cosificada al interés personal… El tema de la violencia es complicado, sus manifestaciones, sus causas y su lógica son variadas. Tener un alto sufrimiento mental no te hace ni más ni menos propenso a que un día puedas ejercer un acto violento. El propio concepto de peligrosidad, preguntarse si alguien es peligroso e intentar estimarlo, es peligroso en sí. En esos pronósticos nunca se conocen los márgenes de error. Cuanto más, endosarlo directamente. Paradójicamente sobre esta idea errónea de que estas personas son un peligro social la realidad es, más bien, que lo que sí son es más propensos a ser víctimas de delitos violentos en comparación con la población general. Su vulnerabilidad es mayor. Por ahí se trataría más bien de cuidarnos unos a otros que de tenernos tanto miedo que no nos acerquemos.

Existen también ideas erróneas sobre los tratamientos, como pensar que si lo que te pasa no es tan grave vas a un psicólogo o que si lo es, vas a un psiquiatra. Cuando en realidad son profesiones distintas con un amplio abanico de profesionales que difieren entre sí sobre su teoría del aparato psíquico y sobre sus métodos de trabajo. O la idea de que medicarte es tratarte, la medicación tiene una alta presencia por el peso de la historia en el mundo de la locura y por la industria farmacéutica. Pero solo es una parte de la ayuda, es muy preocupante la gran cantidad de población que recurre exclusivamente a los psicofármacos, taponando las preguntas que están atravesando su vida. También hay personas que sobrestiman la voluntad, cómo creer que si uno intenta ser más positivo ese estado de “bienestar” de la salud va a venir, y que quien sigue sufriendo es por vaguería, debilidad o falta de guía moral. Esto no es solo un error conceptual sino que puede generar sensación de culpabilidad o de rechazo. Si uno lo está pasando realmente mal necesita apoyo de su gente y conseguirse espacios profesionales donde sintiéndose seguro pueda resignificarse, entre otras cosas.

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