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A principios del siglo pasado, Albert Einstein descubrió y describió una evidencia muy sencilla pero que contraría el sentido común. No fue el único, ni el primero; hubo otros incluso mucho antes que también lo contrariaron.

El sentido común nos hace decir, por ejemplo, que el sol sale o se pone, que está subiendo o bajando; cuando casi todos sabemos que eso no es así. Pero todos hablamos con la mayor naturalidad del movimiento del sol por el cielo. Es más, lo sentimos así, lo vemos así; y el saber que tenemos de que lo que se mueve, en realidad, es la tierra, no nos afecta para nada. Nadie tiene la sensación de estar diciendo un disparate, como si en una estación ferroviaria viera partir al tren y dijera que la estación se mueve alejándose de él.

En suma, la noción inevitable de que el sol se mueve por el cielo es algo que sentimos y significamos en común. Y ese es un buen ejemplo del sentido común.

En el caso de Einstein, de su Teoría de la Relatividad, lo que se desprende es una afirmación muy sencilla y que, bien pensada, es evidente: todo se mueve.

Lo cual equivale a decir que nada está en estado de reposo; y esto es contrario a nuestro sentido común. Puesto que todos sentimos que, gracias a Dios, la tierra bajo nuestros pies se está bien quietecita. Y que no se nos mueva –que a veces pasa- porque, menudo susto. Pero es así, la tierra gira sobre sí misma y se traslada en el espacio.

Contamos con que al suelo lo tenemos bien sujeto y decimos que nuestro coche va a 120 kms. por hora, sólo porque en ese tiempo recorremos esa distancia en la tierra quieta, a nadie le sorprende eso. Pero como todos sabemos, la tierra se mueve, no sólo sobre sí misma, sino también respecto del sol, tendremos que decir que esa velocidad del coche es relativa; relativa a las velocidades de la tierra. Con lo que, para medir la velocidad absoluta del coche, habría que considerar también las de la tierra. Claro que, si seguimos por ahí, tenemos que admitir que el sistema solar, a su vez, se mueve respecto del agujero negro central de la galaxia…, y si aún vamos más lejos, llegaremos, al final, a que el universo –si tal cosa existiera- también se mueve. Con lo cual ese cálculo se vuelve un lío que no nos aporta nada y seguimos pensando en los 120 kms. por hora con la tierra en estado de reposo.

Aun cuando pudiéramos imaginar un abstracto punto fijo de reposo absoluto, todos los movimientos son relativos; relativos los unos a los otros. ¿Así de tonta es la Teoría de la Relatividad? Bueno, simplificando mucho –pero mucho- creo que lo podríamos decir.

La cosa se pone menos tonta cuando observamos que el movimiento, o sea la velocidad es una combinación del espacio y el tiempo y que Einstein demuestra, no tanto que están relacionados (claro, si todo está en movimiento, el espacio y el tiempo están siempre relacionados), sino que son parte de la misma cosa: el espacio-tiempo. No me voy a meter en vericuetos de la física relativista donde yo también me perdería, pero Einstein nos enseña que el espacio y el tiempo tampoco son absolutos, dependen de la velocidad a la que se mueven los cuerpos. Esto es imperceptible a diferencias de velocidad pequeñas, pero a grandes diferencias, sí. Un experimento imaginario que suelen proponer los astrofísicos es el de que si una nave espacial saliera de la tierra a una gran velocidad –digamos cercana a la velocidad de la luz-, viajaría durante un año según el reloj de su nave pero, al llegar de vuelta, en la tierra no habría pasado un año, sino nueve (más o menos).

Estos ejemplos son muy interesantes para mostrar cómo la realidad en la que vivimos es bastante complicada; los psicoanalistas llamamos a esta complejidad de la realidad, lo real. Sin embargo esta complicación de lo real no nos impide vivir como si la tierra estuviera quieta y el sol se moviera por el cielo y hablar de ello tan tranquilamente. Pero es una ilusión, una ilusión con la que nos vamos arreglando desde hace miles de años y que mantenemos entre todos.

Volviendo a la nave esa que viaja cerca de la velocidad de la luz –servidor no querría estar en ella, desde luego-, podemos decir que velocidades muy diferentes provocan realidades distintas. En este caso las de la tierra y la nave. Pero para tener una noción de esto no es imprescindible subirse a un vehículo que se mueve a una velocidad que nos destrozaría. En nuestra realidad común podemos encontrar un ejemplo en el que vivimos este fenómeno de las realidades paralelas por causa de una diferencia de velocidad.

Supongamos que viajamos en el AVE hacia donde ustedes prefieran, Barcelona, Sevilla…, o Tokio si les pluguiera. Ahí vamos nosotros tan tranquilos a bastante más de 200 por hora tomando un sándwich en el bar o conversando en la mesa de cuatro con unos amigos o estirando las piernas por el pasillo o andando hasta el vagón siguiente para visitar a un conocido o leyendo o durmiendo… Esta es la realidad a 200 relativos kilómetros por hora. Pero por otro lado, más allá de las ventanillas, el campo se mueve a toda pastilla -un poco menos si miramos a lo lejos. A través de los cristales vemos esa otra realidad que se mueve bastante más lentamente, aunque nosotros la veamos pasar muy rápido. No podremos apreciar las diferencias en el paso del tiempo, los movimientos no son tan disímiles; pero notamos perfectamente que es otra realidad.

A tal punto son realidades paralelas que, si a las ventanillas las reemplazaran unas pantallas de vídeo donde pasaran escenas del campo moviéndose de prisa, podrían perfectamente darnos el pego. En realidad, nos da un poco lo mismo, precisamente porque eso que vemos por la ventanilla es una realidad paralela; a la que no accederemos sin grandes perjuicios. La pacífica y más bien indiferente convivencia dentro del tren está muy lejos de eso otro que sucede tras las ventanas, como si lo viéramos por TV.

Esta afirmación, que bien puede parecer falsa, es muy fácil de comprobar; aunque no recomiendo su realización, recuerdo que se trata sólo de experimentos imaginarios. Pero bastaría con que alguien intentase pasar a abruptamente a esa otra realidad abriendo una puerta y bajándose del tren en movimiento. El impacto con la diferencia entre ambas realidades sería considerable, revelador y, seguramente, fatal.

En conclusión, el Psicoanálisis señala que lo real (lo real, real; no cuando llamamos real a alguna realidad) es una cosa muy compleja y que no es algo que simplemente nos entra por los sentidos y lo percibimos. Con fragmentos de lo real construimos realidades a la medida de nuestro cuerpo, es decir: de nuestras capacidades perceptivas y de comprensión. Pero estas son construcciones subjetivas y mayormente compartidas. En cierto sentido, podemos decir hasta que culturas diferentes suponen realidades diferentes (cualquier viajero lo puede saber; los turistas, no necesariamente). Y por eso funciona el tratamiento psicoanalítico, porque puede producir modificaciones en la realidad.

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