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Volver a echar la red al fondo

Unos días atrás volvía a leer este poema de José Ángel Valente, incluido en su libro “Material memoria”:

Objetos de la noche.

                                 Sombras.
Palabras
con el lomo animal mojado por la dura
transpiración del sueño
o de la muerte.

                       Dime
con qué rotas imágenes ahora
recomponer el día venidero,
trazar los signos,
tender la red al fondo,
vislumbrar en lo oscuro
el poema o la piedra,
el don de lo imposible.

A lo largo de estos meses, la pandemia de Covid-19 y las medidas para frenarla, ha ocasionado múltiples pérdidas en diferentes dimensiones vitales. Muchos ha sufrido la muerte de familiares, y en no pocos casos, también la posibilidad de despedirse de ellos al abrigo de un ritual que les permita canalizar su ausencia; Otros han perdido sus empleos; Todos, una parte significativa del contacto con otros: la materialidad de una presencia, la cercanía de los cuerpos, la mitad del rostro.

La dimensión de la pérdida se desarrolla no sólo en la ausencia total, sino también en la merma de lo que fue. Dadas las circunstancias, en un intento de nadar y guardar la ropa, intentamos restablecer aquello que era la vida hace no mucho adoptando modos y versiones que muchas veces dejan el sabor de boca de un sucedáneo del original. La amistad, el amor,  o el trabajo a través de medios digitales son a la vida lo que la achicoria al café.

La pérdida y la merma traen consigo tristeza. Quizá en algunos casos algo de ello pueda ser restablecido, pero en otros casos será irrecuperable. De cualquier modo, es con estas rotas imágenes que toca recomponer el día venidero. Y para ello es ineludible un trabajo de duelo.

Freud, en su libro “Duelo y melancolía”, plantea que el duelo es un arduo trabajo de elaboración de la pérdida de aquello que amábamos. Este trabajo precisa de un primera adquisición: el reconocimiento de la ausencia, de la pérdida misma. Es por ello que los rituales funerarios, en los que podemos incluir la inhumación y el acto de velar a los muertos resultan fundamentales, pues contribuyen a la afirmación subjetiva de ese hecho. A muchos les acompañan también las ideas religiosas, que atemperan la radicalidad de la pérdida e instalan una esperanza.

Una vez que se ha registrado la pérdida, que se asume como una realidad, poco a poco se van retirando las ligaduras afectivas que se aferraban a dicho elemento. Gracias a ello quedarán libres y gradualmente se irán pudiendo fijar a otros. Si bien persiste el dolor por lo perdido, se mantiene la capacidad para amar otras cosas, para operar algo del orden de la sustitución, del reemplazo.

Este proceso es sin duda doloroso y requiere un tiempo imposible de precisar, pero en absoluto breve.

En contraposición al trabajo del duelo, Freud sitúa la melancolía como un modo bien distinto de tramitar lo perdido. Sin entrar en precisiones técnicas, basta decir que puede caracterizarse porque no se produce una aceptación de lo perdido: la melancolía no suelta aquello que amó, sino que lo resitúa, lo integra en el propio yo. Pareciera que el mundo ha quedado vacío de interés, que nada bueno puede traer el día venidero, que toda esperanza es vana.

En la melancolía, lo perdido aparece siempre como algo pleno, poco menos que sin mella, ante lo cual el resto de posibles sustituciones resultan insignificantes, lo que dificulta la crítica respecto a lo que se perdió y su posterior desprendimiento. Por el contrario, en el trabajo de duelo se abre paso algo de la desidealización de aquello que tuvimos y ya no está presente.

Termina el poema con estos versos: “tender la red al fondo, / vislumbrar en los oscuro / el poema o la piedra, / el don de lo imposible”. Verdaderamente, lo imposible es un don, pues de este modo, nunca nada se alcanzará del todo y siempre habrá motivos para seguir adelante: nuevas apetencias, anhelos, mejoras posibles. Aquellos agraciados con el don de lo imposible tampoco lo pueden perder todo, porque nunca lo tuvieron. Sin ese don, quedamos librados a tenerlo o perderlo, sin matices.

Será entonces gracias al don de lo imposible que quedarán fuerzas para volver a echar la red al fondo. Quién sabe qué nos encontraremos. Sucedáneos, decepciones. Y alguna cosa más.

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