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La identificación es un mecanismo conocido por todo el mundo; de hecho, es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto, pero, ¿para qué sirve? A sabiendas de que se describen varias modalidades de ella, para lo que aquí nos interesa podemos decir que nos ayuda a movernos en el mundo a partir de ubicarnos de una determinada manera en un determinado lugar, es decir, a partir de constituir una base desde la que actuar. Cuando el proceso identificatorio (incluidas las vertientes imaginaria y simbólica) no llega a buen puerto se manifiestan todo tipo de dificultades, especialmente aquellas del orden de las actuaciones, retraimientos y trastornos en el cuerpo.

¿Por qué el hijo de una mujer que decidió ser madre sin una pareja no desarrolla, necesariamente, una organización perversa o psicótica de la personalidad?

Una idea es que lo determinante es que padre y madre operen como funciones y se trencen con la función hijo, anudándose de modo tal que no pueda haber una sin las otras dos. Así, se produce la afirmación primordial de esas dimensiones, lo que no implica que el sujeto no se angustie en el ejercicio de las mismas pero sí que logre incluirse en ese campo.

Esto puede llevar a la creencia de que el soporte especular no es necesario, que la persona concreta del modelo es prescindible pues lo que verdaderamente importa es la operación significante.

Lo que venimos a reivindicar aquí es el valor de las personas concretas en los procesos identificatorios: no da lo mismo quién encarna determinada función. Ante un padre ausente bien puede valer un tío que opere metaforizando el deseo materno y aceptando ser el objeto de la identificación del sobrino; para que eso ocurra debe estar presente y soportar –en los sentidos de tolerar y sostener- esa función.

Resumiendo, podemos decir que las operaciones de acogimiento, identificación y separación implican procesos de lenguaje que requieren ser encarnados por alguien. Para que se den las condiciones para el surgimiento de un acontecimiento generador de subjetividad, las dimensiones imaginaria, simbólica y real deben vincularse entre sí en un mismo movimiento sin dejar a ninguna fuera. Las operaciones fundantes requieren la presencia del otro, de su cuerpo y de su hacer, no pudiéndonos desprendernos de él. Menos mal.

 

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