Cuando unos amigos me propusieron escribir sobre Redes Sociales, lo primero que pensé fue que yo no tenía mucha experiencia ni conocimiento de un tema al que, obviamente, he llegado tarde. En este “llegar tarde” hay un rasgo generacional: como muchos, no nací con las redes, hay ya una generación que sí lo ha hecho. Por eso creo que sería interesante un diálogo intergeneracional en este tema, que pudiera aportar la experiencia de unos y la frescura de otros.
Pero, luego, estos amigos me me hicieron llegar este vídeo y ahí me animé un poco más; al fin y al cabo sí que atiendo bastantes jóvenes y adolescentes como los del corto. Ellos me podrían enseñar algo:
Hago un pequeño resumen por si no vais a ver el vídeo; de todas maneras, las escenas más destacadas las cuento luego. Sara, está un día haciéndose un selfie por la calle; distarída, se choca con un chico. Se miran y ya Cupido ha lanzado la flecha, se enamoran. El problema empieza después: el chico dice que no tiene redes sociales, ni móvil para ello…, ¡horror! Sara y un par de amigas se dedican a rastrearlo por todas la redes habidas y por haber y nada: “¡no podré ver cómo eran sus exnovias!”, dice Sara alarmada en un momento. O, “tengo una foto preciosa de mis tetas y no se la puedo mandar…”, solloza. En fin, en poco más de cuatro minutos se desarrolla la desazón y la angustia de esta chica que, aunque lo tiene ahí disponible al muchacho y encantado de estar con ella, no cesa de buscarlo en las pantallas.
El vídeo es muy divertido y, quizás, un poco exagerado; al menos los jóvenes que conozco no están tan atrapados en esas redes llamadas sociales. De cualquier manera, en la hipérbole reside el chiste y, además, la exageración permite aumentar la visibilidad del fenómeno en cuestión. Una especie de microscopio, digamos.
Pero antes de empezar, quiero desembarazarme de un prejuicio: el de escandalizarme con estas cosas, lo digo porque es como el primer impulso. Y, al decirlo, hago como un exorcismo. Hay algo que, de entrada, me parece mal (posiblemente sea un signo de la marca generacional de la que hablaba). Pero si aguanto el tirón quizás pueda darme cuenta de que eso no es más que la expresión de mi extrañeza ante el fenómeno. Me quedo, entonces, con la extrañeza, que tiene algo de: y esto ¿qué es lo que es…? Sobre todo porque parece que las Redes Sociales han venido para quedarse, así que, mejor, aprovechar la pregunta; puede que nos permita entender algo de lo que ya está pasando. No me atrevo, en cambio, a decir que pueda prever nada de lo que pasará.
¿Cuál es el problema que se le presenta a Sara? Para ir al grano: el problema es que no sabe quién es este chico del que se ha enamorado. Pero para ser más precisos, habría que decir que se da cuenta de que no sabe quién es él; porque ¿se puede decir que sabemos quién es aquel del que nos acabamos de enamorar? Por supuesto que no, pero uno cree que sí; es lo que tiene el amor, que parece que con el otro nos conocemos profundamente. Bueno, puede que haya algo de una intuición que sea valiosa en esto, pero que no tenemos ni idea de quién estamos enamorados es algo que cualquiera puede observar si no está enamorado. En fin, si la cosa dura, el conocimiento es cuestión de tiempo y ahí empezarán los jaleos. Pero volvamos a Sara.
El hecho, raro, de que el chico no tenga RR.SS. Desvela algo que, de ordinario, está oculto: no se sabe quién es el otro que tanto me gusta. Ahora bien, Sara y sus amigas (con ellas sí que se junta, curiosamente) se ponen a tratar de averiguarlo. Hacen lo que la anécdota del corto requiere: lo rastrean en todas las redes habidas y por haber, en Internet en general, y… horror, “¡no tiene huella digital!”.
Aquí hay una observación que hacer. En realidad, pretenden averiguar quién es, espiándolo. Es verdad que en Facebook, por ejemplo, sólo se espía ese perfil, esa apariencia que el titular de la página pone allí, pero, en fin, siempre hay algo de más o de menos de lo que se pretende en lo que se muestra. Digo espiarlo porque en una escena muy graciosa, Sara dice asustada: “¡no sé lo que ha cenado ayer…!”. Y, al cabo de un momento: “Se lo podría preguntar”. Nos hace reír, pero a ella no, y no parece hacer mucho caso de esa segunda ocurrencia, porque sigue buscándolo en la pantalla. Es decir, digo espiar porque se empeña en saber algo del chico sin preguntárselo. ¿Por qué no se lo pregunta? Esto nos va a llevar al meollo, pero demos otra vuelta más antes.
La última escena es muy interesante. Desoladas, sin rastro del muchacho, una de las amigas pregunta: “si no puedes etiquetarlo, ¿existe?”. Un segundo después aparece el joven con una botella y unas copas: “Hola chicas!”. Menudo susto se llevan. Se sobresaltan, pero tienen que reconocer que existe.
Es curioso esto de la existencia, porque en principio, la cosa parece ser al revés. Una colega me contaba la historia de un niño que empezó a atender por Skype, al tiempo el niño vino a España y lo primero que dijo al verla fue: “¡Ah!, existes”. De ordinario lo que nos podemos llegar a preguntar es si detrás de un perfil existe alguien, pero nuestras heroínas tienen tal creencia en lo que sale en la pantalla plana que lo piensan al revés: si no sale en esa pantalla no existe. De repente, la pantalla plana muestra su inanidad, y ellas se angustian. Sorpresivamente, el chico que buscaban afanosamente, aparece en esa otra pantalla que es “la realidad”, una pantalla que no es plana sino que tiene una estructura de banda de Moebius (aunque esto es otra historia a desarrollar en otro momento). Ellas creen tanto en la realidad de la pantalla plana que la aparición del muchacho las sorprende, no lo esperan por ahí, lo buscaban en la pantalla plana.
Aquí estamos ya en lo que me parece el meollo del asunto. Las RR.SS. nos confrontan como nunca hasta ahora con el contraste entre la pantalla y la presencia.
No hizo falta la informática para que supiéramos que podemos estar con alguien imaginariamente, y que eso no es lo mismo que cuando estamos en presencia de ese otro. Nuestra imaginación es una especie de pantalla donde se proyecta algo así como una película. Quizás la clave para poder relacionarse mejor con las RR.SS. sea no perder mucho de vista esta diferencia con lo que estamos llamado la presencia.
Lo que sostiene esta diferencia -me parece- es que en la presencia hay algo que se manifiesta como presencia del cuerpo. Creo que esto es lo que hace diferencia, por eso las chicas se angustian, y la angustia no engaña. Es cierto que no es sólo el cuerpo. No es la mera presencia del cuerpo porque el muchacho también habla y hay todo un contexto simbólico donde ellas y él se encuentran. Pero, en la pantalla, en los whatsapp, por ejemplo, también “se habla”. Lo que falta en los mensajes escritos es el cuerpo, aunque más no sea en la forma de la voz, la voz es la presencia del cuerpo en la palabra (discurso). Por eso es diferente escribir un mensaje que hablar por teléfono. Todos hemos visto la virulencia de las barbaridades que se pueden decir en un chat, ¿no os parece que eso tiene que ver con que si se lo dices a alguien en la cara, igual te la rompen…? Vemos entonces, que la presencia del cuerpo no es una banalidad, aunque pueda pasar desapercibida.
Tal vez por eso Sara no le pregunta qué comió hoy al muchacho, y prefiere verlo en su facebook, no paga el precio de angustia (que tampoco debería ser para tanto) de preguntárselo a la cara. Cuando hablamos con alguien en persona no sólo escuchamos lo que nos dice, oímos los tonos y las inflexiones de la voz, vemos sus gestos, su rostro; y, además, por si fuera poco, hasta se puede tocar. Todo eso nos cuenta mucho del otro, pero claro, nosotros también estamos expuestos. La pantalla da la impresión de que nos protege, podemos ver sin ser vistos, recibir un mensaje y tardar en contestar (el otro no sabe por qué me demoro) y así ocultar nuestra reacción ante lo que nos acaban de decir, podemos echarle la culpa al corrector de nuestros lapsus, podemos decir que nos gusta algo sin que se nos atragante la palabra, insultar a alguien sin que te pegue…, etcétera, etcétera. En presencia de los cuerpos, todo esto es imposible.
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