El día de la marmota
“Atrapado en el tiempo” es una película cómica protagonizada por Bill Murray, cuyo argumento se desarrolla partiendo de la celebración de una tradición de una localidad norteamericana, en la que sus habitantes se reúnen para interpretar los gestos de una marmota, en tanto se le supone, lúdicamente, la capacidad de prever cuánto durará el invierno.
Algo le sucede, no sabemos en principio qué, al personaje principal, un periodista enviado a cubrir el evento, que al día siguiente, no amanece en un nuevo día, sino en el mismo que acaba de vivir: el día de la marmota. Y al día siguiente lo mismo, y al siguiente, en un bucle que parece interminable. Precisamente la aparente infinitud de la repetición es la que acaba por introducir un elemento angustioso.
Y de esto sabemos todos un poco. No es extraño darse cuenta de la reproducción de un mismo patrón en diversos momentos de la vida, a pesar, o quizá a condición, de ser algo que en absoluto nos resulta placentero. El sentido común nos dice que es natural repetir aquello que nos agrada, pero ¿por qué repetir algo que nos produce sufrimiento?
Con frecuencia escapa a nuestra voluntad, a nuestros cálculos, a lo que queremos para nosotros, reapareciendo por sorpresa, como el mismo recodo de un laberinto por el que se ha transitado mil veces intentando sin éxito encontrar la salida: de nuevo ese tipo de relación de pareja, otra vez la misma reacción inapropiada. Verdaderamente hay situaciones que precisamente por su repetición parecen cosa de destino o azar. Puesto que con frecuencia no se ha tratado de una elección deliberada, solemos recurrir al azar para explicarlo, porque el destino en nuestro sistema de creencias está devaluado. Claro que, ¿qué es eso del azar? Desde luego no es ningún agente causal. El azar no explica nada, sino que viene a nombrar lo incalculable, lo impredecible… y en su uso corriente suele significar algo así como “¡pues no sé cómo ha pasado, pero no tiene nada que ver conmigo!”.
Hace un momento utilizaba la palabra patrón para referirme a eso que de algún modo se repite. Según la definición de la RAE, esta palabra significa “modelo que sirve para sacar otra cosa igual”, pero también recoge otras acepciones que giran en torno a la noción de “señor”, aquel que manda en diferentes ámbitos, deslizándose incluso a la idea de “protector”, como por ejemplo cuando se dice San Antonio, patrón de los enamorados.
Freud, en su texto de 1914 “Recordar, repetir y reelaborar”, conceptualiza el carácter repetitivo de ciertos actos en tanto síntoma, es decir, no atribuye al azar la repetición, sino que la asocia con aspectos subjetivos. Estos aspectos subjetivos sin embargo no pasan por una elección consciente, voluntaria, sino que dependen de la dinámica de lo inconsciente, y el modo en que ésta pone en juego ciertas cuestiones que no han podido ser integradas en el sistema de lo consciente. Así mismo, establece una relación de oposición entre los actos repetitivos y el recuerdo de una escena reprimida: aquello que no se recuerda, en la medida en que cae bajo la represión, reaparece en forma de actuación. Cito textualmente: “el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa (agieren). No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace”. “
Eso que tanto insiste, que tan inapropiado o absurdo parece, tiene valor. No son fenómenos que deban ser desechados como elementos absurdos, insignificantes, ni fruto de un destino, sino que deben ser elaborados, tratados, para que puedan ser asimilados en la subjetividad. Cito nuevamente el texto de Freud: “La introducción del tratamiento conlleva, particularmente, que el enfermo cambie su actitud consciente frente a la enfermedad. Por lo común se ha conformado con lamentarse de ella, despreciarla como algo sin sentido, menospreciarla en su valor, pero en lo demás ha prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora, la política del avestruz, que practicó contra los orígenes de ella. Puede suceder entonces que no tenga noticia formal sobre las condiciones de su fobia, no escuche el texto correcto de sus ideas obsesivas o no aprehenda el genuino propósito de su impulso obsesivo. Para la cura, desde luego, ello no sirve. Es preciso que el paciente cobre el coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no tiene permitido considerarla algo despreciable; más bien será un digno oponente, un fragmento de su ser que se nutre de buenos motivos y del que deberá espigar algo valioso para su vida posterior. Así es preparada desde el comienzo la reconciliación con eso reprimido que se exterioriza en los síntomas”.
Efectivamente, de aquello que nos atormenta en su repetición se puede espigar algo valioso. De eso tan siniestro, que era un patrón en nuestras vías, el molde de lo mismo, el señor que guiaba nuestros actos desde la sombra, puede extraerse algo valioso, que actué protegiéndonos en un futuro.
Así termina el día de la marmota.
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