Aunque no es nuestro objetivo tratar en estas notas el tema de la familia, nos parece importante señalar a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de familia. Al definirla como una estructura producto de la cultura que transciende lo biológico, dejamos en segundo plano la imagen habitual de las figuras preestablecidas que la conformarían, para pensarla como un grupo de sujetos vinculados y diferenciados por sus funciones, las cuales se derivan del lugar que en ese grupo ocupan. Hablar de funciones (materna, paterna, filial) es hablar del reconocimiento del lugar y la palabra del otro. Siendo ésto de suma importancia, la mayoría de las veces se confunde con descripciones tales como: padre ausente, autoritario, débil, madre sobreprotectora, demandante etc.
En segundo lugar señalar que es el grupo familiar el que acoge y nombra al infans que viene al mundo, quedando inmerso en su historia generacional. Existe una articulación de las funciones de las que hablábamos y su transmisión, es decir que si hubiera omisión o alteración de alguna de las funciones, quedaría inscrita en la transmisión, afectando en cualquiera de los casos a nuestro sujeto. La transmisión nos preexiste, y sostiene nuestra existencia y devenir según el modo en que incorporemos la herencia recibida. Recordamos (en una de las traducciones) la frase de Goete en la obra de Fausto: ”Aquello que has heredado de tus padres, conquistalo para poseerlo”. Es decir que se hereda todo aquello que se es capaz de adquirir, de construir.
¿Qué heredamos?: La historia familiar, lo mejor y lo peor, lo que permanece y lo perecedero. Heredamos lo pasado y lo venidero, la vida y la muerte. Es decir la existencia como sujetos humanos de deseo, a condición de estar en disposición de (no a disposición de), recibir esa herencia. Heredamos un bagaje que recoge lo dicho y lo silenciado. Quizá encontremos aciertos y éxitos, también fallos y debilidades. Permanecen deseos no realizados, duelos sin resolver, violencias encubiertas o no. ¿Qué hacer con este legado?.
La historia de los antepasados además de obsoleta, se vive frecuentemente como un obstáculo a los propios proyectos a construir. Lo que no nos paramos a pensar, es que dichos obstáculos pueden ser una señal producto de nuestra ceguera, la que nos llevaría a repetir aquello que rechazamos. Algo de curiosidad por esos “legajos”, podría acercarnos a los enigmas familiares en lugar de despacharlos con cualquier certeza a la que nos aferramos, sin querer saber que sabemos que se trata de otra cosa.
Surge la pregunta: ¿cómo apropiarse de lo recibido, allí donde hay lagunas, no de memoria sino de palabras, de no dichos?. Secretos no contados que se transmiten por generaciones, o acontecimientos vividos con extrañeza e incomprensión, al no mediar palabras por parte de los implicados en nombrar dichos acontecimientos. Secretos y mediodichos que siempre dejan marca. Se transmite una tensión entre el acontecimiento y su ocultación, que hace que ese renglón de historia no se cierre, nunca mejor dicho, en falso. Estas reminiscencias que inquietan por su insistencia, que siendo pasadas devienen pesadas y vividas como obstáculos, son a su vez la causa para seguir “historizando-nos”.
No se trata de buscar lo acontecido para rellenar los vacíos del relato recibido, ni rectificar los trazos que lo falsean. La verdad es como un poliedro, tiene múltiples caras. Al sujeto le toca versionar la suya. Su historia siempre será una construcción original y singular con restos de discurso.
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