A lo largo de la vida muchas veces nos vemos asaltados por la culpa.
En la vida diaria esta responde a que hemos llevado a cabo un acto contrario a la ley o a la norma social y nos han pillado. Tras la confesión y el arrepentimiento esta parecería perder peso, quedar cuasi diluida. De no lograrlo del todo, aún nos queda el castigo como vía de redención. Sin embargo, no toda culpa parece disiparse tan fácilmente.
En la vida psíquica quién se siente verdaderamente culpable, no sabe conscientemente de qué es culpable, pero toma al mismo tiempo para sí el papel de acusador y de acusado. Esa culpa, de cuya causa nada sabemos, responde a lo que verdaderamente deseamos de otro que nos limita en lo que puede o no nuestro deseo y cuyos mandatos terminamos interiorizando, guardando hacia este fuertes sentimientos ambivalentes de amor/odio que terminamos redirigiendo hacia nosotros mismos. Este sufrimiento psíquico nos lleva a la formación de síntomas que se expresan mediante: la reiteración de fracasos en nuestras metas, las inhibiciones mortificantes, los fuertes sentimientos de inferioridad, las enfermedades somáticas, etc. Es mediante este castigo autoinfligido como intentamos, sin éxito, calmar nuestro dolor o hacerlo más llevadero, pero por esta vía no hacemos sino alimentar aquello que lo causa o quedar esclavizados a la búsqueda de un perdón que venga del exterior.
Por limitante que pudiera parecer, sin dejar de serlo, también nos permite regular lo que nos liga a aquello que nos hace sufrir o que nos resulta placentero en el encuentro con los otros, posibilitando que podamos establecer lazos sociales. Por lo que no se tratará de poder desculpabilizarnos, sino de poder hacernos responsables de aquello que nos hace sentir culpables y nos angustia, de poder ponerlo a hablar y llegar a elaborarlo. Este es el camino que se emprende en el análisis.
Hacer ese arduo camino nos permitirá poder comenzar a elegir haciéndonos cargo de nuestras elecciones, logrando así rebajar el malestar que las acompaña. Malestar que deviene de la asunción de la pérdida que toda elección supone desde el reconocimiento y el respeto del otro. Pues asumir esa pérdida, ese no poderlo todo, esta en juego en todo lo que deseamos. Es a través de esta asunción y de la elección decidida que la sigue que podremos estar en disposición de realizar en sociedad los talentos peculiares que nos son propios, que podremos desarrollar nuestra potencia en ser.
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