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Al menos, eso dicen los psicoanalistas: que la angustia es el único afecto que no engaña. Pero, ¿sobre qué cosa no nos engaña?, ¿sobre qué su presencia es una señal de la que nos podemos fiar?

Para empezar, la angustia no engaña porque no es algo que nosotros podamos decidir, ella simplemente se presenta, y no es agradable. Justamente porque no es agradable es más de fiar; nuestros engaños tienden a hacernos la vida más agradable, a veces a costa de consecuencias catastróficas.

Pero es una señal inequívoca sobre el hecho de que, aquello que nos la provoca, es algo de la mayor importancia para nosotros. Pensémoslo, si algo no nos importa demasiado, no nos intranquiliza; si acaso, nos aburre.

De este modo vemos claro que la angustia nos pone en un brete, porque nos induce a la huida, pero lo que nos la provoca es algo a lo que no queremos renunciar. La angustia nos pone siempre frente a una situación en la que creemos estar impotentes, sobrepasados, bloqueadas… la tentación de la huida está servida.

El problema es que la huida no garantiza la desaparición de ese objeto o esa situación que nos ha hecho salir despavoridos. Nos lo llevamos encima, nos quedará dando vueltas en la cabeza y, casi con toda seguridad, nos sentiremos culpables: “sólo se es culpable de ceder en el deseo” dice otro aforismo psicoanalítico.

Canta J.L. Borges en la “Milonga de Jacinto Chiclana”: siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana. Lo que viene a querer decir que es mejor quedarse y esperar algo. Está claro que no es fácil, habría que ver qué cosas son capaces de sostenernos en los trances angustiosos de nuestra vida, en otra ocasión quizá podamos hablar de esto. Hoy sólo voy a acentuar el interés de quedarse, la importancia del coraje.

Todos tenemos la experiencia de que la angustia se atempera en el momento de la acción. Es verdad que puede ser irruptiva, inesperada; pero cuando su momento es esperado, lo peor siempre es antes, en el momento del acto, la angustia suele atemperarse. Ésa es la que permite sostenerse en relación con el objeto, sin huir ni precipitarse; y relación quiere decir, escuchar, observar, interrogar…, mucho más que forzar o agarrar. Porque resulta que ese objeto suele ser a su vez un sujeto, y también está afectado por un deseo, incluso también puede estar angustiado. La relación con eso que nos angustia puede ser el instrumento que resuelva nuestra incapacidad, porque el deseo sabe. Si esos deseos se trenzan quizás puedan tejer un nudo, temporal sin duda.

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