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Espontáneamente concebimos el tiempo en términos lineales, en el que una situación precede a otra y, si se ponen en relación, establecen un circuito de causa – efecto propio del positivismo lógico.

Esto es lo que nos enseñan como Historia, la corriente y oficial, o lo que sucede cuando organizamos nuestros hitos biográficos.

Pero existe otra lógica en torno a la temporalidad que subvierte el orden natural, lineal y científico (en el sentido de la ciencia imperante) y se refiere a lo que Freud define como retroacción y Lacan como après-coup, en tanto una circunstancia cronológicamente posterior define a una anterior. Este punto de partida epistemológico constituye la base del método psicoanalítico.

Efectivamente, es imposible cambiar un hecho acaecido pero la clave está en dotarlo de una significación novedosa; o directamente, aportar un sentido allí donde sólo había perplejidad y vacío. Así sucede en situaciones que, a partir de un trauma físico o emocional, se desemboca en un estado de amnesia; pero también en aquellas caracterizadas por pasajes al acto que, como tales, carecen de una palabra que los recubra. La evidencia es que sólo contamos con representaciones para construir nuestro mundo y que siempre queda algo por fuera, imposible de aprehender simbólicamente.

Entonces, la posibilidad de que la enunciación en un tiempo 2 reconstruya significativamente lo sucedido en un tiempo 1 supone una cuestión ética -no moral-, ya que a lo que se apela es a un acto de sujeto tendente a la reapropiación de la historia de cada cual y, por tanto, a la responsabilidad subjetiva.

Finalmente, destacamos que la potencia constituyente de esta operación es individual y colectiva, pudiendo afectar tanto al campo de la intimidad personal y familiar (tal el caso de lo que se plasma en un análisis) como al de la organización social, como lo demuestra, por ejemplo, la existencia de la incesantemente amenazada Ley de memoria histórica, ícono de la lucha por la reconstrucción de una verdad denegada.

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