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Dice Freud en su artículo sobre el narcisismo: Al dedicar mi atención a la influencia de la enfermedad orgánica sobre la distribución de la libido sigo un estímulo de mi colega el doctor S. Ferenczi. Todos sabemos, y lo consideramos natural, que el individuo aquejado de un dolor o un malestar orgánico cesa de interesarse por el mundo exterior, en cuanto no tiene relación con su dolencia. Una observación más detenida nos muestra que también retira de sus objetos eróticos el interés libidinoso, cesando así de amar mientras sufre. ( ) Diremos, pues, que el enfermo retrae a su yo sus cargas de libido para destacarlas de nuevo hacia la curación. `Concentrándose está su alma’, dice Wilhelm Busch del poeta con dolor de muelas, `en el estrecho hoyo de su molar’.

Esta es una experiencia que todos hemos vivido, y así ocurre que vemos apagarse el mundo ante la aparición del dolor, si no media un esfuerzo físico y psíquico de la persona.

Sigue la cita: Un intenso egoísmo protege contra la enfermedad; pero, al fin y al cabo, hemos de comenzar a amar para no enfermar y enfermamos en cuanto una frustración nos impide amar. Esto sigue en algo a los versos de Heine acerca de una descripción que hace de la psicogénesis de la Creación: (dice Dios) `La enfermedad fue sin lugar a dudas la causa final de toda la urgencia por crear. Al crear yo me puedo mejorar, creando me pongo sano’

No se trata sólo del dolor producido por la afectación de partes del cuerpo, sino de todo aquello que nos rodea y que irrumpe en nuestras vidas sin poderlo procesar psiquicamente. ¿Dónde está la frontera del dolor del cuerpo y del dolor del alma? Y la diferencia de dolor y sufrimiento? Pensamos no tanto en lo que diferenciaría estos conceptos sino en lo que los articula, ya que no podemos separar el alma del cuerpo que nos habita, ni sopesar si es dolor o sufrimiento lo que nos invade en un momento dado. Este afecto nos atrapa supliendo la desafección hacia el mundo externo.

La pregunta que nos ocupa es por la relación que la persona mantiene con el sufrimiento, mejor dicho con el mantenimiento del sufrimiento, y en este caso qué función cumple y qué destino darle. Parece una contradicción si tomamos al pie de la letra la tendencia humana a buscar el placer. Puede ocurrir que de los acontecimientos de la vida no podamos extraer sino sufrimiento y que nuestra atención sea unicamente mantenerlo vivo. No se trata de rasgos del carácter como generalmente se dice de una persona que es muy pesimista, negativa o agua fiestas, sino que hay que pensarlo en términos de esructuración psíquica, de la ubicación o desubicación del sujeto en la relación al otro. Un posicionamiento egocéntrico y de retraimiento, conlleva empobrecimiento del yo por la disminución de interés por el mundo exterior.

El padecimiento psíquico que se manifiesta en una mezcla de tristeza, culpa, angustia, suple los intereses que, en buena medida, sostienen al sujeto en sus quehaceres y en la relación con los otros. Este sufrimiento a pura pérdida supone un obstáculo al deseo, al hacer la función de llenar o tapar el vacío existencial propio al sujeto humano y que nos impulsa a amar y a crear. Por otro lado ha de haber una ganancia que alimenta la queja. Así el sujeto instalado en la impotencia, recurre al otro que se le vuelve imprescindible para depositar en él sus dolencias.

Además de la queja, puede aparecer la demanda en busca de respuestas. Tenemos que pensarlo como una señal, un atisbo de intento de salida, de querer saber. Para que esto tenga un buen destino, es necesario volver la mirada hacia los objetos que conforman el espacio existencial. La persona ha de poder contar con un otro, no para delegar en él sino para cuestionar esa demanda y transformarla en preguntas fructíferas. Esto es ya una forma de creación y: Al crear yo me puedo mejorar, creando me pongo sano’.

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