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La así llamada violencia machista es violencia doméstica porque sucede en el seno de la familia, pero es más específica; es también de género porque sucede entre los géneros, pero como resulta que siempre son los hombres los que agreden, pues se la llama violencia machista. Ya sé, me diréis que siempre, no. Es cierto, es un “siempre” probabilístico: sólo la abrumadora mayoría de las veces. Tanto que lo que extraña es que no haya más agresiones de las mujeres; la fuerza física no es un argumento desde que se han inventado las armas de fuego. Vale, es una broma de mal gusto, pero no me negaréis que a veces…, no sé yo.

Pero, ¿por qué son los hombres los que suelen agredir? Bueno…, algunos hombres, hay que decir, afortunadamente. Cada caso es un universo y el tema es muy complejo. Pero si me aceptáis este tono un poco de andar por casa, hay algo específicamente masculino que “por defecto” tiende a ignorar la otredad de su mujer; para otras puede que tenga ojos. Lo cierto es que cuando esa “otredad” se manifiesta, o él la recibe de alguna manera (con mejor o peor gana) o de alguna otra manera la mata; es decir, la empieza a matar simbólicamente y podría terminar por matarla a secas.

La impotencia casi siempre está detrás de una agresión machista, al no poder (aquí la impotencia) sujetarla por el medio con el que se sujeta a las personas: el deseo, pasa a la acción en un acto físico que tampoco puede (otra vez la impotencia) realizarse, porque en el plano del deseo, ella siempre se le escapa. Sólo lo “realiza” si la mata, ahí si podrá “tenerla” para siempre, la realización paradójica y definitiva del anhelo de tenerla para sí.

Pido perdón a todos los que genuinamente no se reconocen, sólo hablo de tendencias y de casos extremos. Lo que sí digo, y que nos concierne a todos los hombres, es que saber (en experiencia propia, no leído en una artículo) de esa especie de “configuración por defecto” puede ayudarles mucho con su felicidad. Hoy hablo para los hombres, porque este tema también les interesa.

Ya estoy oyendo las voces de algunos que argumentarán: “pero, es que las mujeres son unas pesadas, están siempre quejándose”; es cierto, ellas son mucho de quejarse. Pero, atención, lo que pasa es que están muy atentas a lo que falta (y, a veces, se les escapa lo que hay); ellos, en cambio, son muy capaces de mirar para otro lado. Por eso resultan pesadas, porque recuerdan lo que falta, mientras que ellos preferirían seguir mirando a otro lado. Es cierto que la queja es inútil, pero como quien se queja siempre lo hace de una verdad, conviene averiguar cuál puede ser esa verdad. Así es como una cierta articulación de los géneros puede generar una dinámica interesante; o no, y ser un desastre.

El célebre psicoanalista francés, Jacques Lacan, dice que el hombre es como un círculo, un círculo vicioso, para más señas, cerrado sobre sí mismo. Pero que si tiene la suerte de enamorarse de una mujer, entonces puede que ese círculo se rompa; y ese efecto de rotura del circulo vicioso es lo que el varón vive como algo pesado; “romper las pelotas”, le llaman en algunos paises de Sudamérica. El tema es que, al enamorarse, un hombre se feminiza un poco, el amor queda del lado femenino porque el amor es una confesión de falta. A algunos feminizarse o que haya una falta puede asustarlos mucho y eso desata todo tipo de síntomas: muchas veces los inhibe de expresar su amor y, en conscuencia, a no comerse una rosca; o puede producir una escición entre las mujeres a las que ama pero no puede acostarse con ellas y su viceversa; o, finalmente, llevar a reducir a aquella que les ha causado interés a un mero objeto de goce, y así, no es que haya desaparecido la falta, pero puede creer tener el instrumento para taparla.

Como ya dije, escribo hoy para los hombres, para los de buena voluntad; su felicidad no está desvinculada de la de su mujer y hay posiciones masculinas que entorpecen ese vínculo, el psicoanálisis ayuda mucho en estas problemáticas.

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