En un programa de radio un político afirma: “muchas veces he metido la mano pero nunca la pata” para, inmediatamente y entre risas, dis-culparse diciendo que había querido decir lo contrario.
Un niño en edad escolar destroza el álbum que su hermano estaba completando con gran entusiasmo, y durante mucho tiempo, justo cuando se estaba por celebrar el cumpleaños de éste.
Una persona con un diagnóstico de enfermedad mental se desnuda en su trabajo mientras grita improperios a sus compañeros y jefe.
Los discursos jurídico y educativo se afanan por delimitar cuáles son las responsabilidades plausibles de punición y cuáles las que se hallan exentas de ella, cuestión central a la hora de conformar un sistema social mínimamente ordenado.
Pero esto no cubre todo el abanico de posibilidades. Louis Althusser, declarado inimputable por el homicidio de su mujer y enviado un tiempo a una institución psiquiátrica, escribe su libro “El porvenir es largo” para que su palabra sea tomada en cuenta pues, para él, la peor condena es ser privado de ella. En una línea parecida, Schreber, también confinado durante larguísimas temporadas en sitios semejantes, redacta su “Memoria de un neurópata” para, entre otros propósitos, conseguir la revocación de la incapacitación que pesaba sobre él y le impedía continuar con su trabajo en, justamente, la administración de justicia.
Ante estas circunstancias -ordinarias y extraordinarias- se impone la pregunta por la responsabilidad subjetiva, cosa que Althusser y Schreber manifiestan de modo descarnado.
En cualquiera de los casos nombrados apostamos por la posibilidad de la puesta en juego de la responsabilidad como sujetos que, siguiendo a autores como Oscar D’Amore, consta de dos elementos lógicos principales. El primero se refiere a la asunción de la acción mientras que el segundo consiste en la significación que tiene el hecho para la persona, lo cual pone a trabajar al sujeto, indagando en los aspectos menos concientes de sí mismo y, por tanto, más rechazados por el yo, incluyendo la historia personal, las diversas formaciones del inconsciente y el mundo de las fantasías.
En definitiva, no alcanza con pedir dis-culpas para lograr la exoneración del deber de responder sino que se requiere, como propone el psicoanálisis, atreverse a dar un paso mucho más decisivo de cuestionamiento y pronunciamiento que constituye al sujeto y, comprometiendo en el mismo acto a la persona, conforma un acto ya no moral sino ético.
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El ser humano posee la capacidad de convencer a su propio constructo,cinicamente las verdades que no le enfrenten con la realidad de que sus acciones y decisiones pueden afectar a segundos o a terceros, y disociando de su responsabilidad dirigir hasta límites increíbles a fin de no tener ninguna causa moral y en lugar de sufrimiento sentir causalidad a su conducta.
Por esta y otras razones siempre será a mi criterio totalmente subjetiva tanto la de la persona que ejecuta un acto desmedido,como a la que le llegan las justificaciones.
Pero en realidad esa relatividad coloca en su sitio lo eternamente discutido,siempre se cuenta TU verdad desde esa óptica todo es válido,quizas no lícito,pero valido