El término Burn out que podríamos traducir por “estar quemado”, da nombre al síndrome descrito que presentan algunos profesionales en relación a su trabajo. La sensación de fracaso y una existencia agotada que resulta de una sobrecarga por exigencias de energías, recursos personales y fuerza del trabajador. Supone un desgaste emocional, perdida de interés y responsabilidad profesional.
En las descripciones del mismo aparecen diversos factores. Me interesa el que consta como “sentimiento de competencia”. Sentirse competente es uno de los factores que más satisfacción generan en el desarrollo profesional. En ello está implicado lo que sabemos hacer y lo que podemos hacer.
Tengamos en mente una ampliación que incluya un “sentirse competente” no solo en lo que su vertiente productiva refiere, es decir, donde se pone un trabajo dejando un producto (ej. El artesano que elabora una mesa) sino también en su vertiente de laborar – siguiendo la distinción que hace Hannah Arendt- en todo ese trabajo donde no queda producto o es efímero (ej. las labores domésticas, limpiar hoy sabiendo que mañana estará otra vez sucio, la lucha contra la naturaleza). El empleo profesional, las labores domésticas, la crianza de los hijos, el cuidado propio, las gestiones administrativas, etc. Una inacabable lista de Earl, siempre inconclusa. Una sensación de falta de tiempo.
Byung- Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio” nos habla de un cambio de paradigma. De la sociedad disciplinaria descrita por Foucault, donde sus habitantes son sujetos de la obediencia, hemos pasado a una sociedad del rendimiento. Estamos tomados como sujetos del rendimiento, emprendedores, emprendedores de sí mismos. Ya no se trata tanto de “deber hacer” como de “poder hacer”. Este “poder” eleva el nivel de productividad que veníamos teniendo con el “deber”, como si de una continuidad se tratase. Arrojados a la norma de la iniciativa personal, en un esfuerzo ilimitado de “devenir el mismo”.
Desde esta perspectiva la presión por el rendimiento, por saber y poder, estaría en causa de la emergencia de un sí mismo agotado, un alma agotada, quemada. Lo que nos quema no es el exceso de responsabilidad e iniciativa sino más bien el imperativo de rendimiento. No se puede no poder. Aparece la autoexplotación, víctima y verdugo en la misma persona, produciendo una libertad paradógica, pues se hace coincidir libertad y coacción.
En un momento dado ya no se puede poder más. El Burn out como el fracaso de ese intento. “No-poder-poder más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión.” “El lamento de “nada es posible” solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que “nada es imposible””.
Es interesante este imposible.
“El rey toma todo mi tiempo, doy el resto a Saint-Cyr, a quien querría dárselo todo”, así comienza Dar el tiempo, de Derrida. Madame de Maintenon era la amante del rey Luis XIV de Francia, a pesar de que el rey toma todo el tiempo hay un resto. Doy el resto a Saint-Cyr, institución de orfandad donde digamos ella querría ir a hacer trabajo social. ¿Qué da si el rey se lo tomo todo?. El resto, es un resto que no hay, pero aun así se da. Por más que se tome todo hay un resto. Materialmente parece no existir, pero en realidad no existe otra cosa, es lo que le interesa a la mujer. Algo que no cierra, subrayando la dimensión de lo imposible.
Introducir un entre-tiempo en esa carrera agotadora por poder, podría introducir esta dimensión del resto, de modo que no quede en lamento y solo genere autoreproche. Detenerse con un interlocutor con el que dialogar, con el fin de “que el futuro no se convierta en un presente prolongado”, podría parar un rearme desenfrenado, llevarnos del sufrimiento de estar quemado a “un amable desarme del Yo”.
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