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El ser humano viene utilizando sustancias psicoactivas desde la más remota antigüedad. Aquellas civilizaciones utilizaban sustancias generalmente en el contexto de ceremonias religiosas, insertas en un contexto de creencias y en el marco de la comunidad. Los problemas individuales asociados a su abuso no eran frecuentes, y en ningún caso puede hablarse de que existiese un problema de “salud pública”.

En contra de lo que cabría suponer, las dificultades asociadas al consumo de drogas no han sido homogéneas a lo largo de la historia, sino que se disparan a mediados del S.XX, precisamente coincidiendo con su ilegalización. Paralelamente, el desarrollo de la industria farmacológica comienza en esas mismas fechas a ser una de las más importantes, inundando el mercado de drogas legales, prescritas por los profesionales de la medicina. Actualmente, hay estadísticas que señalan que en algunos países occidentales hay tantos adictos a sustancias legales como ilegales. Es un hecho que las drogas legales no carecen de peligros; no solo los efectos secundarios, sino una alta potencialidad adictiva, como sucede con las benzodiacepinas.

Planteo estos datos, porque el discurso predominante, el sentido común incluso, identifica unas determinadas sustancias, como el agente patógeno que puede causar una enfermedad llamada drogodependencia. Obviamente no se trata de sustancias inocuas; más peligrosas aún sin están adulteradas en porcentajes altísimos con sustancias directamente tóxicas. Sin embargo cabe preguntarse: ¿Por qué en el pasado, utilizando compuestos incluso más potentes, potencialmente más adictivos que los actuales, había menores tasas de adictos?, ¿Por qué entre tantas personas que prueban las drogas, o las usan con moderación, solo una minoría acaba haciendo un uso irrenunciable?.

A la primera pregunta podríamos responder apelando a cuestiones sociológicas, atendiendo a las diferencias entre las sociedades y el lugar que las sustancias psicoactivas ocupan en ellas. Respecto a la segunda pregunta, no queda otro remedio que incluir las variables propias de la subjetividad individual. Si bien las drogas afectan al organismo, el hecho de que una persona centre la mayor parte de su interés en consumir una determinada sustancia, no puede entenderse sin recurrir a factores biográficos y subjetivos. Hasta el momento no se han aislado factores biológicos, ni genéticos, ni relativos a la química cerebral, que puedan dar cuenta por sí solos del fenómeno de las drogodependencias. Tampoco se han desarrollado tratamientos eficaces incidiendo únicamente sobre los aspectos somáticos, aunque sí existen fármacos que sirven de gran ayudan en el periodo de desintoxicación, y como un elemento en el que apoyarse para apuntalar la abstinencia.

Los factores subjetivos están por tanto siempre presentes en el desarrollo de una adicción, y no hay intervención terapéutica eficaz que no los tenga en cuenta.

Sin embargo, muchas de las personas que tienen un problema de este tipo declaran honestamente que no quieren seguir tomando dicha sustancia. Y a pesar de ello, continúan haciéndolo. Podemos afirmar que algo empuja de tal manera que doblega la voluntad. Ese algo más allá de la voluntad, de lo consciente, es por tanto determinante para entender las drogodependencias.

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