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La palabra persona procede etimológicamente de la voz griega empleada para designar a las máscaras utilizadas por los actores en las representaciones teatrales.

Si la cara es el espejo del alma es porque en el rostro, de algún modo, estamos. La cara es de un modo especial sede de la identidad y sus estados.

Diferentes vivencias tallarán el rostro en diferentes formas. Con el paso de los años no hay dos gemelos idénticos, por mucho que esa carne y ese hueso sean de inicio prácticamente iguales.

El cuerpo, esa carne viva que somos, queda ligado a una identidad como producto de un proceso de estructuración subjetiva. Este proceso, lejos de ser un fenómeno natural, depende de los vínculos sociales que constituyen la comunidad humana. Un ser humano desarrollado por fuera de la sociedad, como el caso de los llamados niños lobos, criados por esa otra especie animal y privado del vínculo con otras personas, puede llegar a sobrevivir en cuanto organismo, pero se estructura subjetivamente en consonancia con la especie que lo crió. Un bebé criado por lobos no se convierte en un adulto humano como aquel que ha sido criado por otros humanos, en lo que a su subjetividad se refiere.

El elemento clave que regula los vínculos humanos es el lenguaje, por lo que se puede afirmar que el lenguaje, en las particularidades que afectan a esa carne viva, esculpe un cuerpo, una máscara llamada persona, en su conjunción con el plano de la imagen del semejante. Dicho así parece complejo, y lo es, pero es una experiencia cotidiana que hay relaciones personales, trabajos o sucesos que nos cambian el gesto, la cara o los andares.

En la obra del pintor F. Bacon el retrato es el tema central, casi exclusivo. En cientos de obras, deforma, desgarra, descompone el cuerpo y especialmente el rostro, como si la carne y el hueso que los componen fuesen maleables como la arcilla. Y lo son, atendiendo a lo dicho anteriormente.

El cuerpo, el rostro, en la obra de F. Bacon es tratado como carne. Pero una carne que parece blanda, como si fuese una sustancia que no ha cuajado en un molde, como si su forma pudiera deshacerse en una masa informe. De este modo, pone sobre la mesa lo problemático de la identidad humana, en sus relaciones con lo corporal.

A los seres humanos el cuerpo parece darnos más problemas que a otros animales. Porque su constitución está sometida a muchos avatares y accidentes: estamos cómodos con nuestro cuerpo o lo odiamos, tememos que se dañe o no podemos evitar dañarlo, cambiaríamos esto o aquello, duele esta parte o la otra, lo creemos enfermo o incapaz de enfermar…

El cuerpo es uno de los planos en los que más frecuentemente se manifiesta el sufrimiento subjetivo, y por tanto uno de los asuntos más habituales de intervención en nuestro campo.

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