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Entre las preguntas ¿qué tiempo tiene? (un bebé), ¿qué tiempo le queda? (un enfermo grave), se perfila el rodeo de la vida, al que Freud alude, para alcanzar la muerte. Este rodeo cuenta. Es decir que contamos con un tiempo que nos cuenta, pero ¿cómo lo contamos nosotros?. Se podría decir que de forma engañosa e ilusoria.

Digamos que la contabilidad del tiempo es una doble inscripción, entrelazada pero diferenciada, en el devenir de cada sujeto. Inscripciones que se originan ya sea por lo convenido social y culturalmente, ya sea por la creación del individuo. Se produce una articulación continua entre el universal que normaliza y ordena y el singular que transgrede y crea.

Hablamos por un lado del tiempo medible, establecido como un ordenamiento universal en el que estamos incluidos, nos precede y va más allá del rodeo de la vida, nos es exterior pero no existimos fuera de él. Es el tiempo con que contamos, ilusoriamente. Tiempo para el despliegue de todo tipo de transacciones, intercambios y relaciones entre los humanos.

Por otro lado hablamos del tiempo que nos cuenta, que nos cuenta como sujetos, como actores y protagonistas en el rodeo de la vida. No es tiempo cuantificable, sino marcas de deseo que transforman los acontecimientos en actos de existencia. A diferencia del tiempo para realizar acciones, es la propia acción, más exactamente, la acción propia la que crea el tiempo de existir.

¿Cuál es el uso que damos a estos tiempos? Condicionar el tiempo subjetivo al tiempo cronológico, es un artificio que utilizamos tanto para justificar la no realización de proyectos como para posponerlos. Con expresiones como, “tengo toda la vida por delante…necesito tiempo para mi…cuando los chicos sean mayores…cuando disponga de más tiempo..,” son expresiones que apuntarían a poner a andar un sueño, una idea, pero que relegamos a la espera de otros tiempos, como si el momento propicio nos fuera a venir del exterior.

Acordamos que el usufructo del tiempo es propiedad de cada persona, pero ¿por qué tendemos a diferir justamente aquello que más puede dar sentido a nuestra existencia?. No podemos conformarnos con las respuestas comunes de falta de tiempo, ya que el tiempo subjetivo es el momento, el instante que se presenta para llevar a cabo un acto de deseo, con independencia de las horas o minutos transcurridos.

Tendremos que preguntarnos las razones de tanto empeño por ganar al tiempo, qué empeñamos y qué dejamos en el camino. Quizá la queja “…en toda la tarde no he hecho nada de provecho…”, pueda darnos algún rédito. Para ello se requiere, como diría Freud, un nuevo acto psíquico. Un acto que lleve la marca de fábrica del sujeto. Es la subjetivación del tiempo la que nos llevaría a decir “…en toda la tarde he hecho nada,  (y concluir) eso es lo que quería hacer…”

Pues bien, esta conquista no es sólo cuestión de tiempo.

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