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El concepto de desamparo se encuentra asociado, generalmente, a aquella situación que lleva a la ejecución, por parte de la administración, de una tutela como medida de protección de un menor.
Legalmente se considera como desamparo la situación que se produce de hecho, a causa del incumplimiento, o del imposible o inadecuado ejercicio de los deberes de protección establecidos por las leyes para la guarda de los menores de edad, cuando éstos queden privados de la necesaria asistencia moral o material. Así lo dice el artículo 172 del Código Civil.
La causa de esta coyuntura es la existencia de alguna clase de maltrato infantil, caracterizado por los cuatro grandes grupos: negligencia, maltrato emocional, maltrato físico y abuso sexual.
Pero podemos concebir el desamparo como algo característico de la cría humana. Los demás animales también necesitan asistencia pero la dependencia dura muchísimo menos tiempo, adquiriendo las capacidades físicas y habilidades de desempeño necesarias muy rápidamente, al menos en comparación con nuestra especie.
El desamparo original del ser humano se evidencia en su prematuración, es decir, un desarrollo físico incapaz de solventar las necesidades de su vida pero, también, en las limitaciones psíquicas que presenta en su encuentro con el lenguaje, cuestión que nos diferencia de los animales. Éstos, suponemos, operan de acuerdo al imperio de los instintos, que dirigen los diversos ámbitos de su vida, desde las relaciones y funciones sociales hasta la procreación, alimentación y manejo en su hábitat. Pero las personas tramitan sus necesidades e instintos a través del lenguaje, constituyéndose como sujetos por el influjo de éste. De hecho, Lacan afirma que el inconciente está estructurado como un lenguaje, con sus leyes y modos de funcionamiento.
Pero lo llamativo es que, en el sujeto humano, el desamparo no es exclusivo de los niños pequeños ni de los menores maltratados. Con esta base de prematuración y dependencia de la criatura humana, se producen, muy a menudo, y ya en el universo del adulto, lo que llamaremos micro desamparos que promueven diversos estados de angustia y dolor, a veces muy difíciles de abordar de manera autónoma. Se trata de momentos, a veces sin causa observable, en que la persona se siente desabonada del otro, sin la “necesaria asistencia” (siguiendo a la definición legal) que requiere para funcionar. Sin llegar, necesariamente, a cuadros de depresión o enajenación, las referencias –por lo general inconcientes- hacen agua y el tono anímico es de decaimiento, extrañeza, incluso de cierta perplejidad.
Se requiere, por tanto, la reconstrucción de la estructura vincular, es decir, de lo único que nos salva en tanto seres humanos y nos permite reanudar la vida deseante.​​​​​

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