Cito a continuación un texto del Blog de P. Tomé, una persona con diagnóstico psiquiátrico, llamado “esquizoqué?”, como punto de partida para pensar el valor de la palabra de las personas que han tenido experiencias de sufrimiento subjetivo que los profesionales de la salud mental suelen categorizar como psicóticas:
14 de Diciembre de 2015
“Hace muchos años, una mala priorización de una época de conflicto me hizo pasarlo muy muy mal. Muchas veces, un delirio no es más que el desplazamiento de un conflicto real, y de su importancia, y su sustitución por otro (u otros) en el plano de lo simbólico. Es decir, que en lugar de enfrentar (nombrar, concederle su peso específico, ya es empezar a enfrentarlo) el conflicto principal, enfrentamos un conflicto menor en forma de dramática metáfora mental.
Gracias a una buenísima amiga, María, sé que estaba haciendo de nuevo ese desplazamiento. En este caso no hacia el plano de lo metafórico, sino hacia otro lugar real, cercano, y en apariencia más ruidoso. Lo ruidoso parece más importante, y por lo tanto más dramático, más presente.
Sin embargo, en el silencio de los vínculos vitales más profundos, los más apegados al cariño y a la trayectoria de una vida, puede esconderse una tristeza tan importante que no haya rabia posible que la canalice. Ni falta que hace. De lo que se trata es de estar, sabiendo que estar es muchísimo, y al mismo tiempo difícil. Porque la rabia, si acaso, debería volcarse contra un sistema organizado en torno al robo de tiempo que lo laboral perpetra sobre las necesidades más básicas: acompañar a quien tanto queremos.”
Existen muchos modelos teóricos en el campo de la psicología y la psiquiatría que pretenden dar cuenta de los diferentes modos de sufrimiento subjetivo y guiar la intervención terapéutica. No voy a hacer una categorización exhaustiva al respecto, pero sí considero oportuno plantear una distinción general entre aquellos que ligan estos fenómenos a factores biológicos, como alteraciones genéticas y sus correspondientes desarreglos en la química cerebral y aquellos que los ligan a cuestiones biográficas y subjetivas.
Desde la perspectiva del primer grupo, las producciones delirantes o alucinatorias, no serían sino la manifestación mórbida de una enfermedad. Son entendidos como fenómenos de los que no se puede extraer nada interesante, y que deben ser eliminados sin más. La acción terapéutica fundamental es aquella que supuestamente repara el mal funcionamiento cerebral: la toma de medicación. La palabra de los enfermos en este caso es prescindible, o como mucho puede tener valor informativo. En ocasiones tampoco se les concede mucha fiabilidad ni siquiera como informantes y se prefiere la opinión de otros. Dicho llanamente: no se le da mucho crédito ni valor a la palabra de alguien capaz de decir cosas tan ajenas al sentido común como lo son algunas de estas producciones psicopatológicas.
Desde el punto de vista del segundo grupo, se entiende que esos fenómenos, guardan relación con cuestiones biográficas y subjetivas, de las que son expresión. Por tanto, esas alucinaciones o delirios, no son una manifestación a ignorar o sofocar, sino un elemento valioso que puede ser el punto de partida para reflexiones fértiles, que disminuyan el sufrimiento. La palabra desde este punto de vista tiene pleno valor, en tanto se supone capaz de poner en juego aquello que hace sufrir. Algunos delirios son verdaderamente incomprensibles desde el sentido común, pero sin duda, al menos esa es mi experiencia clínica, encierran verdades valiosas .
Obviamente el testimonio de P. Tomé que recogía anteriormente está más próximo a esta última perspectiva. En este texto es palpable el valor terapéutico de una palabra dirigida a otro en un contexto de confianza, y las reflexiones que promueve.
No se trata de dar valor a la palabra de aquellos que enloquecen por una cuestión de humanidad. Como si los cuerdos más condescendientes tuviésemos esa deferencia, por no se sabe qué bondad. Es una cuestión técnica. La palabra que se dirige a otros para dar cuenta de eso que hace sufrir es el elemento indispensable para nuestra técnica. Y sobre esta palabra será que se añadan las elaboraciones que la de los profesionales pueda acompañar.
Como queda explícito en el testimonio que recogía, a menudo esta palabra, aparentemente sin sentido, se revela como especialmente útil si puede ser tomada, por quien la enuncia y por quien la escucha, en su dimensión metafórica.
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