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Esta palabra malestar está llena de sentido y se utiliza como comodín para situaciones y estados bien diferentes. Expresiones como “tengo un ligero malestar, hay malestar generalizado, produjo un profundo malestar, se percibe malestar en el ambiente, etc”, se usan continuamente para referirse a estados de ánimo y del cuerpo, individuales o grupales que curiosamente damos por conocidos y compartidos cuando los llamamos malestar.

Freud en el artículo sobre “El malestar en la cultura”, dice que la felicidad es algo profundamente subjetivo. También podemos decirlo para el malestar. Éste nunca ha dejado de estar presente, aunque el sujeto no se dé un tiempo para preguntarse por qué aparece.

Engañosamente el malestar subjetivo se disfraza de malestar en la modernidad pero sigue insistiendo, más allá de las proclamas de “mejor calidad de vida, libertad de elección, etc”. Se va instalando lo que podríamos llamar la “cultura del bienestar” como aspiración de vida, demonizando el malestar que es considerado como un mal susceptible de erradicar.
En esta cruzada están implicados principalmente intereses de mercado, un engranaje pensado con sumo cuidado para presentar un ideal como un bien a conseguir, lo que será el motor de la demanda, demanda del bienestar que prometen.

Aquí malestar y bienestar son intercambiables. La oferta de bienestar conforma el malestar, que a su vez se trastocaría en bienestar gracias a la serie de objetos y técnicas producidos para tal fin. Esta seriación de productos garantiza una respuesta a cada necesidad, ya sea en forma de objetos o en forma de saber sobre esas causas. La lista de remedios es interminable, teniendo en cuenta los avances de la cirugía, la farmacología y fitoterapia, la genética, sin olvidar la ingente bibliografía de autoayuda que circula por las redes sociales y lo más actual, el asesor personal sustituto del guía espiritual, revestido de saberes sobre la felicidad terrenal.

¿Cómo abordar el malestar desde el psicoanálisis? Si rompemos el espejismo mediante el cual el malestar nos vendría del mundo externo con la ilusión de que puede cambiar o del deficiente mundo interno con la creencia de que se puede reparar y planteamos ese malestar como una articulación entre lo que nos rodea y lo que nos habita, estaremos mejor posicionados para abordar y no escamotear el propio malestar.

En tanto sujetos estamos inmersos en la sociedad, en el mundo simbólico de la cultura, pero la vinculación con ellas es diferente en cada uno. A pesar de sus leyes, el modo de relación no lo impone ni la sociedad ni la cultura sino las condiciones del sujeto, condiciones que escapan al control de la persona, pero que intervienen en todas las manifestaciones de ésta. La historia no para de escribirse, nos toca a nosotros, a cada uno descifrar esa escritura.

Es el malestar lo que lleva al sujeto a consultar al analista, porque el malestar no cede a pesar de los intentos por acallarlo. Muy al contrario, al malestar hay que hacerle hablar. El sujeto tiene la posibilidad de comprometerse en esta tarea mediante su palabra, para encontrar respuestas a sus interrogantes.

No hay una disciplina de la felicidad. El bienestar no es pensable como sustituto del malestar sino, en todo caso, a consta de él, por eso hay que incluirlo en el intento de entender qué nos está pasando. El malestar de la vida cotidiana no tiene por qué invadir ni invalidar nuestra existencia.

Si te sientes reconocido en el texto y quieres charlarlo con alguno de nuestros analistas contáctanos

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