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Puesto que Walking Dead es una serie de máxima audiencia, pero no todos aquellos que la siguen lo hacen al mismo ritmo, quizá sea prudente advertir que esta reflexión contiene información actualizada sobre la trama de la serie, hasta el tercer capítulo de la séptima temporada.

Se trata de una producción ambientada en un futuro próximo postapocaliptico. La catástrofe ha sido causada por un contagio que convierte a todas aquellas personas que mueren en zombis, así como a aquellos que son mordidos por todos aquellos que previamente se ha transformado en dichos monstruos. Hasta donde se sabe, toda la organización estatal ha sido desbaratada. No hay gobierno. En esa situación, el pacto social anterior queda abolido, y no hay más orden que el que los supervivientes pueden ir tejiendo. Bien podría decirse, que a lo largo de las temporadas se impone una reflexión respecto las diferentes modalidades de vinculación social, el ejercicio del poder o la violencia.

En los últimos capítulos, el grupo de protagonistas ha perfeccionado su capacidad para luchar, a la par que se han debilitado los escrúpulos respecto a la violencia que están dispuestos a ejercer sobre los vivos. Ya no solo se defienden respecto a la violencia de otros, sino que la emplean activamente. En el clímax de su poderío, cuando parece que ahora ellos son los más fuertes, descubren que no. Hay otros que lo son aún más.

Son apresados y llevados ante el líder de ese otro grupo. En una escena cuya estética roza el género gore, se nos muestra cómo ese personaje somete al líder del grupo de los protagonistas, y con él al resto de sus compañeros. Totalmente vencidos por la diferencia de número y poder, hace que todos se arrodillen en círculo. Después de toda una exhibición psicopática de poder, mata golpeándoles con un bate de beisbol a dos de los protagonistas.

Si se trata de someter y no de aniquilar, es porque del sometido se espera obtener un beneficio. Efectivamente, aquellos que son sometidos conservan la vida a condición de pagar con tributos materiales y obediencia absoluta al líder, llamado Negan. A su vez, este régimen de terror se mantiene de modo piramidal, en la medida en que los sometidos se convierten a su vez en dominadores de otros para mantener y mejorar sus condiciones de vida.

A través de diferentes personajes, se articula aquello que podría dar cuenta de qué condiciones históricas, subjetivas, han sido determinantes para explicar una decisión respecto al modo en que se relacionan con esta propuesta de vinculación social. Algunos eligen un amo, otros no.

La historia de la humanidad no ha escatimado a la hora de destacar la preponderancia de los amos, los líderes y los caudillos. Otros modos de establecer vínculos sociales parecen ser más difíciles de concretar. Muchos no los quieren. Muchos votan Negan, con la esperanza de no formar parte del grupo que reciba los golpes, a cambio de un sometimiento quizá más asumible. La elección de figuras autoritarias que ejercen un poder total nunca pasa de moda, y mucho menos en la actualidad. No se puede negar sin embargo la responsabilidad subjetiva implicada.

Respecto a vinculaciones menos numerosas, como las amorosas, amistosas o familiares, se puede plantear la misma lógica. El deseo es individual, pero se construye en determinación por el Otro, por el conjunto de dichos que nos teje, en una tensión entre la alienación en la que nos constituimos, sin la que no nos constituiríamos y la separación. En este plano, la responsabilidad subjetiva tampoco es eludible.

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