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Un comentario a propósito de “En la colonia penitenciaria” de Kafka.

“En la colonia penitenciaria” es un cuento de Kafka, narra el viaje de un explorador a un estado extranjero. Visita allí un lugar indeterminado, la llamada colonia penitenciaria, que bien podría ser un cuartel, bien una cárcel: puede ser en cualquier lugar, y por eso mismo, en todas partes. En ella persiste un particular modo de ejecutar condenas: por medio de una máquina, sofisticada y onírica como un cuadro de Dalí, se escribe sobre la piel del reo su condena. A través de un complicado sistema de agujas, y durante más de doce horas, la máquina marca sobre la piel del condenado una compleja grafía. La ejecución de la condena consiste en la escritura de una frase aleccionadora, en relación con el delito cometido.

El relato se articula mediante seis personajes: el citado explorador, el oficial responsable de la máquina, el condenado, un soldado y el comandante de la colonia penitenciaria. El sexto y omnipresente personaje, cual Rebecca en la película homónima de Hitchcock, es el anterior comandante, fallecido tiempo atrás. El explorador es invitado a una ejecución. El oficial pronto se muestra un sincero admirador de la máquina y del anterior comandante. No solo enseña al explorador las virtudes del aparato, sino que se queja de la animadversión que el nuevo comandante tiene hacia ella. Cuando el visitante extranjero se muestra contario a ese modo de ejercer la ley, y por tanto en absoluto dispuesto a hablar a favor de la misma al nuevo comandante, decide liberar al preso y hacerla funcionar, quizá por última vez, en carne propia.

Si el estilo no es la subjetividad, al menos son inseparables. Me detengo por eso en la escritura del autor. El texto es fiel al estilo y la temática que han convertido a Kafka en un autor relevante. En lo referente a la primera cuestión encontramos una prosa sobria, sin concesión lírica alguna. No hay belleza en los adjetivos, ningún adorno, solo precisión de cirujano. La trama avanza como una autopsia que llega a buen término, por medio de una escritura en la que la belleza del lenguaje en sí mismo no tiene lugar. Podría tratarse de una aséptica noticia periodística, o un ensayo sobre la vida de los insectos, de no ser por el modo en que se desarrollan los asuntos más habituales en sus tramas. Allí donde debería producirse lo rutinario, lo irrelevante, se abren paso el absurdo y la angustia.

En cuanto a la temática, nuevamente aparece la conflictiva relación entre el individuo y los poderes del estado, articulados mediante el encuentro con la burocracia o el ejercicio de la ley en diferentes formas.

Puede hacerse una lectura política muy válida de la obra de Kafka, y por supuesto del relato del que estamos hablando. Puede decirse que denuncia las prácticas brutales de estados totalitarios, la insensatez de los procedimientos judiciales y por supuesto la indefensión de los inocentes ciudadanos que padecen la crueldad ciega y gratuita de semejantes agentes. La burocracia es interpretable como un elemento que ejemplifica el absurdo de la organización estatal y la desnaturalización de los vínculos humanos.

Creo sin embargo que este relato permite otras lecturas. También es posible hablar de política en otros términos, por ejemplo, la política que se puede hacer con el goce, es decir, la ley sobre el cuerpo. Podría decirse que lo propio del psicoanálisis, especialmente el de orientación lacaniana, es investigar la incidencia del orden de lo simbólico sobre lo viviente. No se tiene conocimiento de que los animales sufran a causa de las normas que regulan sus relaciones, ni que forcejeen respecto a la ley que los gobierna, ni se sabe de ningún tipo de burocracia que venga a incomodar su estar en el mundo. El ser humano sin embargo, no es sino un animal político: su goce queda sometido a la ley, en virtud del pacto con los semejantes. Es para ejemplificar esto que Freud inventa el mito de la horda primitiva, en su obra “Totem y tabú”. Esta es en mi opinión el primer acto político, entendiéndolo como un origen mítico.

La ley no se ejerce en tanto abstracción, sino que debe afectar al cuerpo. Es por esto que abundan los ritos en los que la pertenencia a un determinado orden social se hace efectiva mediante la incidencia sobre el cuerpo. El pacto simbólico se sella o se efectúa mediante una marca que se escribe en la piel. ¿Qué es si no la circuncisión?, ¿Qué son si no los tatuajes de las maras salvadoreñas?

Así mismo, para los miembros de una cultura, la ley en tanto se manifiesta articulada en una normativa, implica un acto sobre el cuerpo. Cuando Dios expulsa del paraíso a Adán y Eva los efectos de su ley son sobre el cuerpo: la muerte, el dolor en el parto, y ganarse el pan con el sudor de la frente. Los castigos físicos han sido lo habitual en la historia de las civilizaciones. Solo recientemente, como consecuencia de un cambio de episteme, se desarrollaron nuevas técnicas para incidir sobre ellos. Foucault desveló magistralmente esta transición. En los últimos siglos se despliega todo un catálogo de tecnologías del poder, pasando del castigo físico a la producción positiva de un individuo social que se construye mediante en el ejercicio de un poder inseparable del saber que lo sustenta. La nueva disciplina de los cuerpos se ejerce con notables diferencias, entre ellas un modo de operar más sutil, pero también más generalizado. Las marcas no son ya unos pocos movimientos, quizá brutales, pero certeros, sino una maraña de arañazos que apenas se notan en su individualidad, pero que en conjunto forman una escritura que recorre todo el cuerpo.

Es desde aquí desde donde me interesa tomar el texto de Kafka. Sobre la piel del preso se escribe ley. A aquel que ha sido condenado por “desobediencia e insulto hacia sus superiores”, se le marcará mediante las agujas del aparato “honra a tus superiores”. Así mismo, al final del relato, el oficial, desesperado porque el hecho de que el explorador esté en contra de “sus métodos” de castigo disminuye sus posibilidades de que ese modo de aplicar la ley continúe vigente, decide liberar al preso, para ocupar él mismo su lugar. Hace entonces funcionar la máquina en carne propia. En este caso, aquello que se escribe sobre su piel es “sé justo”. Verdaderamente suena a imperativo categórico, a superyó a pleno rendimiento en su versión más cruel. Pareciera como si Kafka dijera: “si tanto te gusta, prueba de tu propia medicina”. No es azaroso que al ser liberado, el preso empiece a comportarse de un modo extraño, hilarante, inapropiado.

El malestar de Kafka respecto a la ley es evidente, no ya en ese relato, sino en el conjunto de su obra. Denuncia y ridiculiza su ejecución. Pero también la convierte en un acto atroz. Sus personajes aparecen sometidos a la misma, culpables de no se sabe qué, y siempre en la imposibilidad de sustraerse a las condenas. A este respecto es ejemplar otro relato breve, “La condena”, en el que la palabra de un padre basta para que el personaje principal se defenestre desde un puente.

Quizá la fascinación por Kafka se asiente en al algo del orden de la solidarización con su causa. Diría en tanto hipótesis, que para este autor, la incidencia del padre queda demasiado significada en su dimensión de pérdida, y no tanto de posibilidad. Sin embargo, podría decirse que la función paterna implica un no, pero también muchas veces sí. Para él sin embargo, la desestimación del padre parece indiscutible; su autoridad, un ejercicio brutal y arbitrario; sus modos, burocracia absurda. Nada parece quedar a salvo de dicha figura. Así, aquellos a quienes se les aplica la condena en el relato, mueren. Una vez que la máquina ha terminado su trabajo y ha escrito sobre la piel del condenado, su cuerpo ha quedado destrozado por las agujas. Hecho un guiñapo, es arrojado a un hoyo, como los residuos de un proceso industrial.

Decía antes que la figura del anterior comandante era omnipresente, desde su ausencia. Lo es en la medida en que alude al lugar del superyó, del ideal del yo en la subjetividad, es decir, aquello que queda como marca del lugar del padre. Es su orden el que se cuestiona a lo largo del relato, el que está al borde de la abolición. No en vano, está enterrado fuera del cementerio, sin honores. Su lápida está en la calle. En ella hay una inscripción: “aquí yace el antiguo comandante. Sus partidarios, que ya deben ser incontables, cavaron esta tumba y colocaron esta lápida. Una profecía dice que después de determinado número de años el comandante resurgirá, y desde esta casa conducirá a sus partidarios para reconquistar la colonia. ¡Creed y esperad!”. Los obreros que están junto a ella la encuentran risible. Imagino que como al propio Kafka. La ley siempre se ha escrito en la piel, pero de diferentes modos. Aunque se ejerza siguiendo rituales distintos, su papel estructurante no cambia.

Las nuevas tecnologías del saber, de la educación, de la psicoterapia, se escriben sobre la piel en tanto microfísica del poder, por usar nuevamente las palabras de Foucault. Si hace cincuenta años, a un niño inquieto en clase le daban un sopapo, hoy se le diagnostica de hiperactividad y se le medica. Las medidas correctivas para los más pequeños suelen ser pegatinas de colores verdes con caritas sonrientes o rojas con caritas tristes, habitualmente pegadas en la cara. Hace años los padres pegaban a sus hijos y hoy es delito. La ley sigue afectando al cuerpo, pero de otro modo. El sujeto resultante, sin embargo, no es un despojo muerto, como fantaseaba Kafka. Es carne latiente, historia, política.

Las nuevas tecnologías de la comunicación, bien pueden ser consideradas otra variante del ejercicio del poder. Y marcan los cuerpos de un modo distinto. Diría que digitalizándolos, re-representándolos, si vale la palabra, velando cada vez más lo real que implica el encuentro de los cuerpos en lo social: de los demás apenas nos llegan unas letras en una pantalla, imágenes editadas y a veces, solo iconos de pulgares hacia arriba, caritas que vete a saber qué quieren decir, bailaoras o mierdas con ojos. Es como si el contacto con los demás, que siempre ha implicado angustia, es decir, un Real irreductible, cada vez estuviese más amortiguado por lo digital, gobernado por la fantasía de un cuerpo intocado, sin la marca que supone el pacto de estar con los otros: nuevas presentaciones del narcisismo.

¿Qué otro modos de marcar la piel traerán las siguientes tecnologías?

La ley se escribe en la piel es un texto de Roberto García publicado en la web www.coencuentros.com

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