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Lo marcamos de una manera que lo hace diferente de todos los demás; para luego organizar entorno a esa marca un montón de significaciones que, esas sí, van a depender de las épocas y la Culturas. Nos obligamos -a veces más voluntariamente que otras- a una serie de repeticiones y ritos que, sin embargo, pueden ser ocasiones para la alegría, pero también de la tristeza. Es curioso pero el humano es un bicho que tiene una honda necesidad de someterse a un símbolo.

La Navidad en particular, aunque rige mayormente para el Mundo cristiano, es la continuación de una antigua celebración pagana. Se trata del solsticio de invierno del hemisferio norte, es decir la noche más larga del año. A las cero horas del 25 de diciembre es el instante en que la posición del Sol se encuentra a la mayor distancia de la tierra (simplificando un poco). Este ritual nos comunica con el fondo de los tiempos de la humanidad, al menos desde que el humano es capaz de hacer Astronomía, seguramente la más antigua de las ciencias.

De nuevo nos volvemos a encontrar con esta sujeción a un símbolo, la obeservación del sol y las estrellas llenó el cielo de signos y de esas anotaciones, de esas repeticiones anuales en el cielo, los humanos crearon las religiones. Nuestro primer intento de explicar el mundo.

Si lo pensamos bien, esa tontería de hacer una marca que tomamos de referencia permite luego muchas cosas más, abre un mundo de posibilidades, desde armar los distintos calendarios hasta organizar la sociedad, desde contar objetos o personas hasta los cálculos más complejos. Y también, nos da la ocasión de reunirnos a comer, a beber y a conversar; depende de nosotros agraciarlo o desgraciarlo.

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