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Emergencia y psicosis

La situación actual,dominada por el Coronavirus y definida como una emergencia, ha trastocado el funcionamiento de nuestra sociedad, y, sin visos mínimamente claros de cómo será en el futuro, exige la creación de respuestas colectivas e individuales para salir adelante.

Hablando de respuestas novedosas, en el ámbito profesional están apareciendo múltiples guías de intervención que dan diversos consejos para sobrellevar la crisis, tanto del orden del ocio como de la convivencia, la salud física, la gestión de la información de los medios y redes sociales, etc. Los efectos pueden ser muy favorables –a condición de no tomarlos como imperativos-, ya que proveen ideas que pueden no haberse ocurrido a quienes las leen.

El Coronavirus se nos presenta como un real con una fuerza inusitada; un hecho imposible de simbolizar, de decir acabadamente, volviendo siempre al mismo lugar; no hay más que leer los periódicos o ver los telediarios para percatarnos de ello.

Un intento de abordaje de este real se percibe en las múltiples voces que acuerdan que la labor profesional,en estos momentos, debe estar dirigida al acompañamiento y apoyo a la persona. Lo complejo del asunto es definir qué entendemos por acompañamiento y apoyo, ya que, rápidamente, podemos hacerlo hacia el lado de la comprensión identificatoria, el intento de dar esperanza o las propuestas de higiene psíquica y comportamientos concretos en la realidad.

Desde luego, la figura del profesional no está excluida de la angustia, y, muchas veces, puede empujar a borrar ese afecto del escenario de la intervención, evitando, sin quererlo, que el sujeto pueda intentar una respuesta particular frente al fenómeno que se le presenta, es decir, asumir una posición responsable.

Frente a esta posición, podemos pensar otra que, en realidad, no hace más que reafirmar lo que hacemos en períodos “estables”, que, al decir de Lacan, se trata de no retroceder ante las psicosis. Ahora, más que nunca, interesa concebir el acompañamiento como lo que ayuda a que el sujeto invente un modo particular de anudamiento psíquico, procurando aprehender, con las herramientas que tenga, este agujero inefable. Este carácter del agujero no supone que no se pueda construir un borde que lo delimite, un nombre que estabilice al modo de un síntoma, lo que otorga al diálogo con la persona sufriente una entidad especial. Esto incluye el recurso al delirio, entendido como un modo de respuesta subjetiva, como un intento de simbolizar la experiencia de desencadenamiento y no como el desencadenamiento mismo.

En definitiva, sin dejar de lado las aportaciones de los diversos campos profesionales, abogamos por la reconstrucción que pueda hacer el sujeto del fenómeno que lo invade, haciendo hincapié en que ese proceso no se puede hacer en soledad.

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