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Si el cuartel es un edificio donde viven los soldados cuando están de servicio. Y si somos somos soldados y luchamos en la vida, por que sea, por recorrerla, por hacer de ella un trayecto alegre. Qué pasa cuando se está en silencio, cuando toda la energía fluye dentro, cuando otros nos ven y no entienden que no hagamos nada, que durmamos, que lloremos, que las ganas de hacer cosas, de estar con otros, que el deseo haya sido secuestrado, y en el interior un régimen atroz de ideas autodestructivas, de reproches, de mapas que son circulares y no nos conducen más que de nuevo a quebrarnos en la pena.

Ya es un clásico, perdí el salvoconducto y ahora espero al emisario que nunca llegará

 

Porque atrapados en haber confudido el duelo con nuestro hogar nadie nos salvará. Hay un momento en que aprovechando el vaso lleno de dolor, tocando fondo en el suelo del pozo, uno puede hacer un gesto para despegar. Cuando por saturación se produce un desorden milimétrico en la atroz dictadura de la pena, que a veces se reconoce por el hastío de sentirse así un día más. Es ahí donde uno puede dar un paso, romper el silencio, buscar un interlocutor que escuche distinto. Que abra un cauce para vaciar.

Y con ese cauce que se desaloje tanto sufrimiento

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