El conocimiento científico, la episteme, concebida como un saber unido por una coherencia formal está lejos de abarcar el campo de la experiencia humana. La Política, la Justicia, la sexualidad, son, por ejemplo, campos inexcusables del ser humano que no pueden ser -y no lo son- abarcados por un conocimiento científico. Claro que un juez puede usar pruebas de ADN si las tiene; pero, las tenga o no, tendrá que determinar hechos y juzgar por un criterio subjetivo.
Así es que no se puede vivir científicamente, nuestra vida cotidiana no es un experimento de laboratorio donde controlamos variables, donde se detiene el tiempo y se estudia un problema. No, la vida es en tiempo real, y hay decisiones que tienes que tomar ahora, aunque te equivoques, porque tomarla después implica equivocarte aunque aciertes.
Hay, sin embargo, una cierta tendencia a olvidarlo. Los discursos predominantes tienden a hacernos ver -sin decirlo del todo- que la ciencia puede resolver todos nuestros problemas, que se nos puede decir qué tenemos que hacer todos antes determinados problemas. La idea es que hay algo que es lo mejor y, por ello, todos deberíamos hacerlo así. En realidad, esto es una especie de nueva Religión, una creencia, se deposita la fe en el científico como podría depositarse en el sacerdote. La Publicidad, que es uno de los medios de producción del Sentido Común actual, nos lo muestra, conviene vestirse de científico si se quiere generar confianza en el consumidor, a veces de la manera más ridícula.
La Ciencia es otra cosa. En su rigor, también debe saber lo que no sabe, incluso, lo que no es su campo. Puestos a saber, los matemáticos -la piedra de toque de todo el edificio científico- saben que incluso la Aritmética no puede demostrar con plena coherencia formal su consistencia teoríca. Lo demostró Kurt Gödel con el segundo de los teoremas que llevan su nombre. De ahí que convertir a la Ciencia en un nuevo Dios es contrario al más genuino espíritu científico
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